Gustavo Sánchez de 22 años, a pesar de ser el campeón paralímpico que en una sola justa, ha dado más medallas a México, es una persona sencilla y siempre dispuesta a ayudar; Gustavo es un gran promotor del deporte paralímpico, optimista y no se detiene en sus proyectos.
Todos los días busca “recuperar deportivamente a Gustavo Sánchez” en alguna competencia de natación, “Pero hay que ser de alto rendimiento no sólo en el deporte sino en la vida”, nos dice.
En ocasiones, como todas las personas, tiene recesos y hasta retrocesos. Por el momento ha interrumpido su carrera de Ingeniero en Audio y Producción, entre otros motivos, por su cambio de domicilio a Mérida, pero planea continuar con ella en otro lugar.
Lo que más le disgusta es el conformismo y en su autocrítica considera que en algún momento ha atravesado por esa actitud y la supera. De pronto parece que son pocas las cosas por las que no siente entusiasmo: además de entrenar duro, le gusta bailar y las fiestas, aunque no la banda ni los corridos y considera que su época destrampada ya pasó. Se considera tenaz, aunque disperso y más visual que concentrado.
Historia
Narra un poco la historia de su vida. Misma que también se cuenta a gran detalle en el libro que ha escrito su madre, Vivir sin límites (Martínez, 2016): una vez que la familia Sánchez Martínez estuvo formada por padre, madre y dos hermanas (de 10 y 11 años en aquel entonces), estas últimas comenzaron a manifestar sus deseos de tener un hermano, con tal insistencia y argumentos, que los padres aceptaron finalmente la petición, en una especie de pacto protocolario que implicaba participación de los cuatro en las tareas familiares y de cuidados del bebé.
El momento en el que Gustavo nace es sorpresivo, pues hasta ese instante descubren que no tiene extremidades completas. El bebé no llora al ver la luz y el personal médico pregunta al padre: “¿Qué hago?” A lo cual le responde lo obvio “¡Pues atiéndalo, ha nacido vivo!”. A la madre le dan la información de que el nacimiento no ha sido típico y a causa del estrés ella sufre preclamsia entrando en estado de gravedad; ruega no morir para poder atender a su hijo. Según su lógica, va a los cuneros a despedirse de su familia, pero en vez de una escena dramática encuentra que la familia la recibe con una sonrisa en señal de que Gustavo está vivo y bien, hecho que le inyecta una medicina suficiente para regresar a la normalidad médica. Desde ese momento, el niño solo recibe amor. Lo educan, lo cuidan, pero no lo sobreprotegen, y le asignan tareas en el hogar –de las cuales dice que la única que realmente le molesta es lavar trastes– y le ayudan con las que no puede realizar. Gustavo, tal como al momento de nacer, parece que no está dispuesto a llorar y en vez de llanto ha puesto trabajo frente a los obstáculos diversos. Su padre, a quien recuerda con gran admiración, desde que nació, tomó las tareas que antes hacía su madre dedicándose exclusivamente al cuidado de los hijos, pero sobre todo de Gustavo, que desde pequeño fue incitado a nadar.
Fuera de casa, el camino fue más complicado. En varias escuelas lo rechazaron porque no contaban con la accesibilidad necesaria, tales como adecuaciones arquitectónicas y barreras externas. Aun así, encontró los lugares donde se desarrolló intelectual y deportivamente. Casi siempre estudiando en la mañana y entrenando por la tarde.
Filosofía de vida
Ese es su pasado, pero Gustavo, como filosofía ve más al futuro. No ignora que este puede ser más difícil pues cuando sea anciano requerirá más cuidados, tampoco lo ignora su novia y futura esposa de quien dice: “Ahora ella es mis piernas”. En realidad, también es su despertador, pues es ella quien lo levanta para irse a entrenar: “Yo soy muy malo para levantarme”. Pero cuando su novia no está, Gustavo igual se mueve y se despierta con sus propios medios, maneja el automóvil con las adaptaciones hechas por un amigo suyo como un proyecto escolar de ingeniería biomédica. El aprendizaje del control del automóvil corrió a cargo de él mismo por medio de video juegos. Según su propio juicio dice que no maneja “feo” aunque su novia lo desmiente al respecto. “Si están o no están yo hago mis cosas porque el mundo no se detiene, a la vida uno llega sólo y se va sólo”. Desea en el futuro tener una familia y ser “padre ejemplar”, continuar sus estudios, tener una casa productora de grabación. Aunque sabe que el deporte paralímpico es más longevo que el convencional y no descarta algún día ser entrenador, no tiene planes para vivir toda la vida del deporte. También seguirá con sus conferencias para las cuales constantemente es llamado, y en las que dice buscar “…sensibilizar en que las oportunidades están en el aire y no debemos hacernos pequeños, porque nosotros –los mexicanos- somos conquistados y no conquistadores y debemos cambiar el chip”.
Visión de la discapacidad
Su filosofía le ofrece una visión de la discapacidad propia. Para Gustavo, “no existen límites”. Pero esto no significa que no considere que cualquier tarea la pueda realizar. Acepta que es muy difícil andar por muchos edificios con silla de ruedas y sobrellevar trámites burocráticos, esas son barreras de la arquitectura o de las instituciones, no están en él y las puede superar. Si no tuvo los niveles esperados en las últimas competencias, en cambio, sí lo considera responsabilidad suya: “no puedo decir que el agua estaba fría, eso sería un pretexto” -dice. Considera en cambio, revertir la situación con un mayor entrenamiento.
Considera que la ayuda que las PcD (Personas con Discapacidad) deben recibir, no es comprensión o lástima, sino estrictamente lo que es su derecho a tener: el mismo acceso que los demás e igualdad de circunstancias arquitectónicas, por ejemplo, que la gente que no presenta alguna discapacidad ocupe los lugares reservados para ellos, o el respeto en las filas asignadas para PcD pues ellas tardan más en realizar sus tareas. Recuerda con extrañeza y enojo que, en una ocasión, estando en la calle con su silla de ruedas una mujer se acercó a darle dinero, cuando él es independiente y productivo y se maneja sólo desde los 18 años. Considera que la discapacidad está mal entendida, comenzando por el símbolo que se le asigna: una silla de ruedas que no tiene nada que ver con muchas otras formas de discapacidad. Quiere decir que la gente no sabe cuáles ni cómo son las diferentes formas de discapacidad. Destaca que es importante no confundir otras condiciones que pueden tener elementos comunes con la discapacidad como la obesidad o la vejez, pero que por sí mismas no son discapacidades.
Gustavo ha sido seleccionado como uno de los 28 notables responsables de la redacción de la constitución de la Ciudad de México, sobre todo por su conocimiento del deporte, vida con discapacidad y por su juventud. Deporte, discapacidad y juventud, son temas relevantes en la nueva ley. Infortunadamente, debido a su entrenamiento el cual es de alto rendimiento, no ha podido dedicarle el suficiente, pero se ha preocupado por llevar la idea de que la clave es la inclusión laboral de las PcD: “las personas con capacidad no solamente pueden trabajar, sino que son las personas idóneas en muchos trabajos”. Pues la PcD se concentra más por partes en este proceso y sin tantos distractores como una persona convencional.
Recalca Gustavo: “Tenemos derecho al trabajo, a estudiar, somos parte de este mundo”. Considera que México aún está “en pañales” en temas de discapacidad y acceso, pero también en su visualización, apunta que en las olimpiadas de Londres se remarcó la atención a los juegos paralímpicos, a diferencia de otras sedes. Considera que es muy importante eliminar la lástima como práctica y que las empresas deben aceptar a las PcD por sus habilidades y no por su apariencia. Para esto, desde su punto de vista, se requiere una mayor comprensión de lo que es la discapacidad, educar a toda la sociedad al respecto; así como eliminar la burocracia absurda como el solicitar certificados médicos que comprueben su condición de discapacidad, para recibir los beneficios institucionales, a personas con discapacidad evidente, como aquellas que carecen de extremidades.
Concluye que las PcD como todas las demás “tienen derecho a vivir con una vida completa, integra”. Él ha luchado por ello con ayuda de las personas que lo rodean, pero la ley lo debe establecer claramente porque no todas las personas tienen un ambiente favorable.
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2 respuestas
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Una gran historia que no me deja ver «lástima » sino una persona buscando las oportunidades y logrando sueños!! Me han transmitido el valor del ser humano 🙂