La comida es una parte sustancial en el desarrollo de la vida de cualquier individuo, pues como dicen las abuelas “A todo se acostumbra uno, menos a no comer”. Esta actividad tiene repercusiones en nuestras sensaciones, percepciones y configuración cultural, algunos dirían que incluso es un placer equiparado con otros.
Es innegable la relación directa entre la comida y la cultura de cada lugar, pues forma parte de las tradiciones, de los rituales, de las creencias, de la memoria colectiva y de la cotidianeidad de un pueblo (Morales, 2014). Así que es difícil entender como esto que resulta tan cotidiano, se pueda convertir en una problemática de los seres humanos; en el mundo los estilos de vida han modificado la cosmovisión del comer de la gente y su entorno lo que ha venido a repercutir en desequilibrios en la cultura alimenticia a lo largo del tiempo, tanto así que la BBC lo hace evidente este año en una nota de Alberto Nájar, Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC Global News, que afirma: “México, es uno de los países con mayor índice de sobrepeso y obesidad en el mundo, no tiene suficientes nutricionistas para atender a las 60 millones de personas que sufren este padecimiento” (2014, pág. 1). Una noticia de gran impacto para una cultura donde la comida es plataforma de celebración, duelo y conciliación.
En los últimos 40 años el sobrepeso y la obesidad se han convertido en un problema de salud pública difícil de solucionar debido al énfasis de la mala calidad de su nutrición al incorporar en sus procesos de urbanización alimentos con alto contenido de azúcares y calorías. Un ejemplo de ello, es el consumo de refresco que según datos de la consultora
Kantar Worldpanel (2014), el 99.8 por ciento de los hogares en México, compra esta bebida por lo menos una vez al año y el gasto en su consumo representa casi la mitad del total de las compras de bebidas en general, a lo cual habrá que sumarle mexicanos más sedentarios y con menos actividad física a la que se tuvo durante décadas.
Si es tan inherente a nosotros el comer, ¿qué hace que los seres humanos empecemos a padecer el acto cotidiano de consumir alimentos? No podemos negar que existe una combinación entre el ser humano y su entorno debido a que los trastornos alimenticios se padecen individualmente con etiologías que tienen que ver con causas psicológicas en un entorno cultural y familiar que marca los orígenes de su aparición en procesos multicausales (González-Macías & Caballero, 2003).
Los trastornos alimenticos pueden conceptualizarse como “condiciones definidas como hábitos anormales en el comer que pueden implicar ya sea insuficiente o excesiva ingesta de alimentos, en detrimento de la salud física y mental del individuo”
Hudson, Hiripi, Pope, & Kessler, 2007, pág. 6
En su mayoría los especialistas identifican a tres principales trastornos alimenticios que son: la anorexia, la bulimia y la compulsión para comer.
Según la Guía de Trastornos Alimenticios del Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva (Secretaría de Salud, 2004), los podemos definir de la siguiente manera:
- La anorexia se caracteriza por una gran reducción de la ingesta de alimentos indicada para el individuo en relación con su edad, estatura y necesidades vitales. Esta disminución no responde a una falta de apetito, sino a una resistencia a comer, motivada por la preocupación excesiva por no subir de peso o por reducirlo.
- En la bulimia el consumo de alimento se hace en forma de atracón, durante el cual se ingiere una gran cantidad de alimento con la sensación de pérdida de control. Son episodios de voracidad que van seguidos de un fuerte sentimiento de culpa, por lo que se recurre a medidas compensatorias inadecuadas como la autoinducción del vómito, el consumo abusivo de laxantes, diuréticos o enemas, el ejercicio excesivo y el ayuno prolongado.
- En la compulsión para comer se presenta el síntoma del atracón sin la conducta compensatoria y por ello, quien lo padece puede presentar sobrepeso.
Los trastornos alimenticios son condiciones complejas y multifactoriales que emergen de la combinación de conductas presentes por largo tiempo, factores biológicos, emocionales, psicológicos, interpersonales y sociales. El atribuir exclusivamente a un factor el origen de estos padecimientos, como pueden ser los estereotipos en los medios de comunicación es algo inocente. Para Ovidio Bermudez, director médico del Servicios de Niños y Adolescentes en el Centro de Recuperación del Comer en Denver, Colorado dentro de estos factores pueden encontrarse los siguientes (Eating Recovery Center, 2014):
Factores psicológicos, que pueden contribuir a los trastornos alimenticios.
- Baja autoestima.
- Sentimientos de insuficiencia o falta de control de su vida.
- Depresión, ansiedad, enojo y soledad.
Factores interpersonales, que pueden contribuir a los trastornos alimenticios.
- Relaciones personales y familiares problemáticas.
- Dificultad para expresar sentimientos y emociones.
- Haber sido fastidiado o ridiculizado basado en su talla o peso.
- Historia de abuso físico o sexual.
Factores sociales, que pueden contribuir a los trastornos alimenticios.
- Presiones culturales que glorifican la “delgadez” y le dan un valor a obtener un “cuerpo perfecto”.
- Definiciones muy concretas de belleza que incluyen solamente mujeres y hombres con ciertos pesos y figuras.
- Normas culturales que valorizan a la gente en base a su apariencia física y no a sus cualidades y virtudes internas.
Factores biológicos, que pueden contribuir a los trastornos alimenticios.
- Causas bioquímicas o biológicas.
- Desbalance en los neurotransmisores que controlan el hambre, el apetito y la digestión se encuentran desbalanceados.
- Los estudios actuales indican que la genética contribuye de manera significativa en los trastornos alimenticios.
Los trastornos alimenticios son configuraciones complejas que tienen como origen una variedad de causas probables. Sin embargo, una vez que comienzan, pueden crear ciclos de destrucción física y emocional que se perpetúan a sí mismos. La ayuda de un equipo interdisciplinario profesional es indispensable en el tratamiento de los trastornos alimenticios, pues aunque la atención puede concentrarse en la imagen corporal, la comida y el peso, a menudo se relaciona con vacíos existenciales que no han sido resueltos en su momento y repercuten posteriormente en el deterioro de la persona.
De acuerdo a la American Psychological Association (2014) el psicólogo debe diagnosticar para posteriormente establecer un plan de trabajo que incluya la resignificación de pensamientos y conductas del paciente, así como explorar los problemas psicológicos subyacentes al trastorno de la alimentación.