La afectividad y la sexualidad de las personas con síndrome de Down siempre han sido un tema inquietante y difícil de abordar; se prefiere no hablar de ello. Muy pocos padres pueden o quieren imaginarse a su hijo con síndrome de Down que, en el desarrollo de su amor, termina formando una pareja con la que tiene relaciones sexuales.
Es complicado hablar de la afectividad y sexualidad de la persona con discapacidad porque es muy difícil ser objetivo. Cualquier alusión nos remite a las nuestras, a nuestros propios fantasmas y a nuestras propias ansiedades. Y decidimos lo que es mejor para la persona con síndrome de Down, aunque, en realidad, lo que decidimos es lo que es mejor para nuestra propia tranquilidad.
La afectividad y sexualidad son intrínseca a nuestra especie, a cualquier ser humano, como rieles que conducen al desarrollo y expresión del amor.
La sexualidad de la persona con discapacidad intelectual es sexualidad humana, no es una sexualidad especial; pero ¿qué es una sexualidad normal? ¿Qué entendemos por normal?
Se ha pasado de ignorar el tema, aduciendo que la persona con síndrome de Down no tenía sexualidad, porque era como un niño, a reivindicar sus derechos. Es evidente que hay que reivindicar y hasta apoyar jurídicamente los derechos de todos los seres humanos y que todos tenemos derecho a desarrollar nuestra afectividad y practicar, en su caso, nuestra sexualidad.
Por otro lado, la falta de educación sexual,los prejuicios y estereotipos creados sobre el tema, unido al temor de las familias, han creado condiciones desfavorables para el desarrollo en este colectivo, de algo tan inherente al ser humano como es la sexualidad.
Es fundamental plantearse la educación en la afectividad y sexualidad de las personas con Síndrome de Down con la misma seriedad con que lo hacemos para el resto de los niños y jóvenes. Pero no nos engañemos: el enfoque con que se han de abordar estos temas no es neutro porque en ellos está implicada la cosmovisión con que se perfila la afectividad y la sexualidad humana.
No es lo mismo considerarlas como mera fuente del deseo y disfrute, que apreciarlas como campo de cultivo para la amistad, la entrega recíproca, el PODER DE DECIR SÍ y el amor. Por tanto, es necesario que los padres y educadores consideren, dialoguen y se pongan de acuerdo sobre el tipo de orientación cultural que desean ofrecer.
¿Qué elementos damos a una persona con síndrome de Down para que tenga una vida afectiva plena?
La respuesta es que muy pocos porque No se reconoce su necesidad sexual, No se respeta su intimidad ni su privacidad, No se educa para el amor y la vida en pareja ni se les suele ofrecer modelos de comportamiento en las habilidades socio-sexuales. No se les informa de los riesgos sexuales, etc…
Hay que aclarar que desde el punto de vista fisiológico no hay ningún impedimento para que las personas con síndrome de Down tengan una vida sexual, probablemente con sus peculiaridades, pero no por ellas, menos relevante. Pero la realidad es que socialmente no se reconocen las necesidades afectivo-sexuales de este grupo.
SI NO SE HABLA DE ELLO, SEGURAMENTE NO EXISTE.
A los padres les cuesta mucho, en general, ver adultos a sus hijos; siempre creen que se van equivocar, que no tienen suficiente experiencia y que deberían escuchar más. Y son los hijos los que se oponen a este instinto protector y de propiedad ya desde la adolescencia, no permitiendo entrar a los padres en su intimidad. El hijo con síndrome de Down no se opone y tampoco tiene la impresión de que oponerse es favorable para constituirse como sujeto. Y queda anclado en un vínculo de dependencia en el que le cuesta pensar por sí mismo.
Se ha observado en diferentes ocasiones mensajes confusos e, incluso, indiferenciados. Por ejemplo, se fomenta que el hijo tenga novia para normalizar su situación y que haga como el resto de los chicos, pero se le prohíbe cualquier expresión corporal de sus afectos. ¿Qué tipo de novios son? ¿Qué mensaje se transmite? ¿En qué tipo de cultura afectivo-sexual se le integra? Son como novios platónicos; es un “como si”, un falso funcionamiento. Y estos mensajes, tan ambiguos, confunden a los jóvenes con síndrome de Down. Cuando no se desea que los hijos crezcan, los hijos —con discapacidad— no se oponen y no crecen.
Por otra parte, tampoco se ofrece educación sexual porque existe el prejuicio de que hablar de sexualidad es incitar a la práctica. El resultado es una falta total de información y de formación. Hemos preguntado a un gran número de personas con síndrome de Down qué es hacer el amor y muy pocos han respondido correctamente.
Sencillamente no lo saben y dan respuestas como “meterse en la cama desnudos y darse besos, como en la tele”.
Otro aspecto a tener en cuenta es el tipo de vínculo que se establece que, a veces, también aparece como muy confuso e indiferenciado ya que no se utilizan los mismos criterios educativos de expresión afectiva para las personas con síndrome de Down que para el resto de la población. Pensemos en cuestiones como la prevención de embarazos, aborto, enfermedades de transmisión sexual… El desconocimiento es extraordinario.
Por tanto, y a modo de conclusión, no basta con reivindicar derechos… hay que comprender las necesidades afectivas de la persona con síndrome de Down, y para eso hay que escucharla, respetarla, poder hablar sin ambigüedad, informar, formar y educar en el hermoso campo de la afectividad.
Como es natural, cada una de estas consideraciones habrá de ser tenida en cuenta de modo individual, acorde con las capacidades y circunstancias reales de cada individuo y de su entorno.
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Un comentario
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Excelente artículo. Muy ilustrativo y necesario