En esta entrega de artículos dedicados al formato blanco y negro dentro del quehacer fílmico, hablaremos un poco acerca de uno de los más grandes representantes de la fotografía cinematográfica; me refiero al gran fotógrafo Gabriel Figueroa.
Gabriel Figueroa es reconocido como uno de los grandes talentos que México ha dado al mundo, sus obras más emblemáticas las realizó precisamente en blanco y negro y como él mismo llegó a declarar, «la técnica del blanco y negro resulta ser todo un reto, ya que hay que lograr la idea del volumen usando solamente diferentes grados de luces y sombras, el color ayuda mucho a resolver esto, pero con el blanco y negro este resultado es más difícil de conseguir».
En un inicio, Gabriel Figueroa recibió una educación orientada a las artes plásticas y musicales. Estudió en la Academia de San Carlos pintura y dibujo; además, tomó clases de música en el Conservatorio Nacional. Venía de una familia rota, debido a que su madre falleció al momento de su nacimiento y su padre, incapaz de sobreponerse a esa pérdida, lo abandonó junto con su hermano Roberto al cuidado de unas tías.
A la edad de 16 años descubrió la fotografía gracias al retratista José Guadalupe Velasco. Años después se haría amigo de los fotógrafos Gilberto y Raúl Martínez Solares quienes como él dejaron la fotografía fija para dedicarse a la cine-fotografía.
Gabriel Figueroa inspiró su técnica, en gran medida, en el muralismo mexicano ya que presenta resultados visuales que algunos han llegado a nombrar como “monolíticos”, es decir, sus tomas están pensadas de tal manera que la imagen resultante conforma un todo, es compacta y directa en su mensaje por lo que no permite mayor interpretación que la majestuosidad de la imagen misma, tomas y secuencias que al paso del tiempo se convierten en imágenes épicas.
El trabajo de Gabriel Figueroa es y será, indudablemente, un referente artístico de la cultura universal, caso de estudio para fotógrafos principiantes e inspiración para artistas plásticos.
Por todo lo anterior, no se puede criticar el valor artístico de la obra de Gabriel Figueroa y tampoco me atrevería a criticarlo a él como persona, sin embargo, debo decir que los fines para los cuales se usaron sus cualidades y genialidades no fueron tan sinceros y constructivos como uno podría esperar y a continuación explico el porqué de esta afirmación.
A principios de 1940 el gobierno de México buscaba encauzar la formación de la identidad nacional, ya que aunque la modernidad había alcanzado al territorio, no así lo había hecho la igualdad y el desarrollo; afuera de los límites de México se escuchaban noticias sobre la gran guerra que se gestaba en Europa y que comenzaba a expandirse a diversas latitudes, y esa locura no tardaría mucho en contagiar a los mexicanos, quienes aún no olvidaban las viejas afrentas y no veían muy claro el camino del futuro. Se debía por tanto formar, de una vez por todas, la unidad nacional ya que una sociedad que no se ve realmente como parte de su propio país termina por desmembrarse.
¿Cuál es la mejor forma de crear una identidad nacional?
Pues creando una mitología acerca del país, conectar la palabra México con las emociones de los individuos, con los recuerdos familiares y hogareños que desembocan en las llamadas tradiciones y que al final esta palabra se vuelva un solo significado y un mismo sentimiento.
¿Pero cómo lograrlo? se preguntaron los líderes mexicanos de la época. Después de largos debates, se llegó a la conclusión que la mejor forma de hacerlo era con ese bendito invento llamado cine. De tal forma que el gobierno encaminó sus fuerzas a la creación de una identidad nacional que permitiera la paz, la austeridad y exaltara la sufrida cultura del país.
Varios fueron los directores de cine, actores y artistas que participaron en este cometido, sin embargo uno de los creadores más leales a la visión gubernamental de la época fue Emilio El Indio Fernández, hombre temperamental y «extremadamente nacionalista, lírico inspirado a la par que sensiblero«. Justo lo que el país necesitaba para su formación emocional según los líderes de la época.
Emilio El indio Fernández, no habría logrado la fama que tuvo si no hubiera aprovechado el oficio y la maestría de Gabriel Figueroa, quien fue un componente fundamental para el éxito de las películas que El Indio dirigió.
Gabriel Figueroa fue, con el correr de los años, reconocido por su talento y por su obsesión de los detalles (se dice que llegó a pasar horas en un llano, en diferentes días, esperando fotografiar la nube exacta que necesitaba para el gran final de una de las películas en las estuviera trabajando), sin embargo, también ha sido criticado por poner su talento al servicio de una agenda política que sólo sirvió para alimentar una alucinación colectiva, un México que no es en realidad aquel que sus encuadres y secuencias nos mostraban.
En su defensa, debemos decir que él fue (de acuerdo a lo que cuentan sus conocidos y los estudiosos de su obra) un personaje amable, sencillo y que realmente estaba convencido de estar retratando al país que tanto amaba, debemos decir por tanto que su obra fue sincera, aunque usada con fines que iban más allá del quehacer artístico.
Aunque su obra es inmortal, los fines para los que trabajó y los resultados que se obtuvieron se han ido diluyendo en los mares del tiempo ya que esa idea de identidad nacional no fue suficiente para unir a un país tan complicado como el nuestro; la realidad ha superado este concepto. Tal vez México pueda volver a tener un rumbo cuando aspiremos a lograr la realización de valores humanos más provechosos y universales, cuando busquemos algo mejor que un nacionalismo ramplón y una identidad cultural que, siendo sinceros, no es tan real después de todo.
No se trata de abandonar nuestras tradiciones, como el Día de Muertos, las posadas, los ritos de nuestros pueblos indígenas etc, pero sí de desterrar las tradiciones creadas por encargo hace muchos años y que, siendo valores bastante alejados de principios universales, no han hecho más que daño a lo que intenta y merece ser nuestro país.