Publicado el 06/01/2017
Categoría: Cultura

En esta ocasión les hablaré sobre el libro El Jardín Secreto, de la autora inglesa Frances Hodgson Burnett, que se centra en la historia de Mary Lennox, una chica que descubre el poder de las lágrimas y de la reconciliación.

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A ella es a quien he decidido entrevistar esta vez: he viajado al año de 1910 a la antigua mansión Craven, en Inglaterra, para hablar con esta chica tan enigmática y el poder del jardín que ha cuidado.

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Cuando recién llegué a la mansión no pude sino observar el día gris y sentir el viento frío de la montaña, pero ya dentro del jardín se siente una atmósfera completamente diferente.

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En una esquina del jardín hay un columpio de madera, donde hay una pequeña niña sentada con un vestido azul y su cabello rubio colgándole sobre los hombros. Era Mary Lennox, quien se acercó a mí dando pequeños brincos para así iniciar la entrevista…

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Mary, ¿podrías contarme un poco sobre cómo llegaste a la mansión de tu tío?

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Claro, todo se remonta a mi vida anterior en la india, hasta que mis padres murieron a causa de una epidemia de cólera. Ellos nunca tuvieron tiempo para mí, entonces debo admitir que tenía un pésimo carácter, siempre altiva y denigrando a los demás.

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Y cuando llegué aquí las cosas no eran muy diferentes, era grosera con todo el mundo. Debo admitir que aquí, en la casa de mi tío, nadie me caía bien hasta que descubrí este jardín y me lo robé, logrando hacer amigos como Martha, Dickon y mi primo Colin.

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¡Cuéntame un poco sobre tu primo Colin!

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Todos decían que él estaba sumamente enfermo y por eso jamás salía de su habitación. La señora Medlock, el ama de llaves, decía que tenía una complicación en la espina y era por ello que no podía caminar.

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Aparte de eso, mi primo no me agradaba mucho, era el doble de caprichoso y odioso que yo, pero debo admitir que me daba un poco de tristeza porque su padre, mi tío, nunca lo visitaba en su habitación, por más enfermo que estuviera.

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Entonces decidí que él debía ser tratado como cualquier niño y se le debía dar esa confianza que nadie le había dado a mi pobre primo en toda su vida. En compañía de Dickon, y a pesar de que a nadie le pareciera una buena idea sacar a mi “moribundo” primo de la mansión, llevé a Colin a que conociera la luz del sol y pudiera tocar el pasto y ver las rosas que su madre hubiera plantada año atrás.

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¿Y qué sucedió después con Colin?

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Su actitud mejoró muchísimo, al igual que la mía. Ambos aprendimos muchas cosas debido a estas experiencias, algunas de ellas muy duras y otras muy divertidas.

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El punto es que mi primo Colin no sólo cambió su actitud, sino la perspectiva de él mismo. Ya no se consideraba más un niño enfermo y débil, sino alguien fuerte y alegre. Así es como intentó caminar y lo logró, con fe, esfuerzo y el apoyo de Dickon y mío, que no dejamos que su autoestima se viera reducido por lo que opinaba el médico o la señora Medlock.

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Creo que todos aprendimos algo de esta experiencia. El hechizo se rompió: mi primo aprendió a caminar, mi tío a reír y yo aprendí a llorar, ya que nunca en mi vida había llorado antes de que mi tío se reconciliara con su hijo, tras años de no poder verle a la cara.

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