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Publicado el 22/12/2014
Categoría: Cultura

En esta ocasión haremos un homenaje a Judith Scott, artista tal vez involuntaria o, artista de nacimiento que había estado guardando en su memoria todos los colores y formas que su vista aprisionaba y lo que sus manos tocaban, ya que siendo sorda, analfabeta, y niña con síndrome de Down, solitaria y abandonada a la edad de seis años por sus padres en una residencia para los entonces llamados «discapacitados mentales», tenía mucho por retener para que, hasta 36 años después, su genio creativo aflorara tornándose imparable en la realización de sus esculturas. Fue Joyce, su hermana melliza quien la rescatara y llevara al Creative Growth Art Center de Oakland, institución artística donde apenas a los dos años de haber ingresado, dio muestra de una creatividad sin precedente.

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Tal vez muchos no encontrarán belleza estética en sus creaciones, sin embargo, su arte es definitivamente original. Judith, nacida en EE.UU., con sus madejas multicolores tejió y enredó sus hilos creando sus obras usando como base objetos que recogía de cualquier lugar, envolviéndolos con sus hilos tal como las arañas envuelven a sus presas, no sólo le fueron útiles los carretes de la lana que utilizaba, sino que, desde un enorme ventilador roto, una bicicleta, sillas, bolsas de comida chatarra, los foquitos de un árbol de Navidad, maletines, zapatos de tacón incluso hasta un gran carro de supermercado que un día un indigente abandonara a la puerta de la institución californiana, al revestirlos  de hilos de lana daban voz a su imaginación, a sus inquietudes y sueños, y cedían el paso a su expresión artística dotando de formas caprichosas a una gran cantidad de obras con una sola esencia, la de ella.

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Judith logró el reconocimiento internacional no solo de coleccionistas, sino también de museos que han quedado boquiabiertos ante la magnificencia de sus insólitas obras.

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Sumida en el silencio, Scott llegó a ser una figura destacada del movimiento outsider, en el cual los artistas son autodidactas, que no persiguen ser famosos ni ganar dinero o complacer a nadie, y sus obras, forman parte de las colecciones más importantes de los museos dedicados al Art Brut  (término acuñado en 1945 por Jean Dubuffet (el Art Brut se refiere al arte creado por personas ajenas al mundo artístico sin una formación y sin alguna influencia).

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La sombra de Judith persiguió a Joyce toda su vida. Su nacimiento mostró enseguida las diferencias entre las mellizas: un cromosoma de más las separaba. A los seis años, alejaron a Judith de la casa familiar. «Una mañana me desperté y ella no estaba. Sólo recuerdo un espacio frío en mi cama», explica Joyce- la ingresaron en una residencia para <discapacitados>. «Dejamos de hablar de ella y así dejó de existir», recuerda su hermana quien en 1986, consiguió la custodia de Judith pues en los informes médicos de las instituciones donde había estado su melliza, Joyce descubrió un lapso sin justificar, lo que le hizo sospechar que podrían haber estado experimentando ciertas drogas con ella. Judith sufría de disquinesia, un movimiento continuo de la mandíbula, efecto secundario, muchas veces, de algunos medicamentos utilizados en psiquiatría.

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En los centros donde permaneció 36 años, jamás se dieron cuenta de que era <sordomuda> (así se le llamaba a las personas sordas). No se le hizo un diagnóstico adecuado, por lo que sus tratamientos eran equivocados e incluso nulos, no hubo intentos por educarla ni adaptarla al mundo adulto. En sus 62 años de vida, Judith sólo estuvo «en libertad» alrededor de veinte.

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Al paso de los años, Judith creció como artista. Se dio cuenta de que sus manos le llevaban a crear  y eso le proporcionaba seguridad, su aplomo también se fue reflejando en su estilo de vestir. Con esa pequeña figura de 1.5 m llena de collares de colores elegidos solamente por ella. Cuidaba mucho su aspecto y siempre alrededor de la cabeza se anudaba largas bufandas, y encima de todo ello siempre colocaba un sombrero.

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«Cuanto más aumentaban sus obras, cuanto más reconocimiento recibía, más adornos se colocaba. Era una expresión de su autoestima«,  Joyce Scott.

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«Una mañana me desperté y ella no estaba. Sólo recuerdo un espacio frío en mi cama», explica Joyce- la ingresaron en una residencia para <discapacitados>.

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«Dejamos de hablar de ella y así dejó de existir«

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Infórmate más:

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  • El Creative Growth Art Center es una institución artística, no es un centro de terapia. Se fundó en 1974 y desde entonces las personas con discapacidad que allí acuden han producido cerca de 450,000 piezas. El éxito de este tipo de institución es que funciona de forma independiente; es un centro subvencionado a través de fundaciones privadas y se financia también con la obra de los artistas.
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  • El presente artículo ha sido creado básicamente para reconocer a Judith Scott; la información de éste ha sido obtenida, básicamente de El País. En ningún caso se ha tratado de vulnerar derecho alguno.
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\r\nhttps://www.youtube.com/watch?v=uVH5vl4NuO8

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